En los cinco meses desde la elección del 1 de julio, la nueva administración ha dejado ver que: uno, seguirá adelante con su proyecto de ocurrencias; dos, aprovechará la popularidad del ahora presidente constitucional para sortear las barreras legales que se frenen su avance; y tres, ignorarán las voces y plumas críticas que exhiben las numerosas incongruencias y desatinos cometidos.
Sin embargo lo que la nueva administración parece no entender –o de plano no lo quiere entender–, es que el Estado Mexicano del Siglo XXI no es el de los años setenta que añoran con ahínco. Más aún, pese a sus maniobras y maromas, los tiempos del presidente único quedaron atrás.
Luego de 20 años de incubación, la naciente democracia mexicana generó anticuerpos sociales que, con trabajo y coordinación, podrían acotar al recién ungido mandamás.
Para muestra, el siguiente decálogo:
Uno. El Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. El presidente simuló una consulta y utilizó el resultado para frenar una obra de miles de millones de dólares. Pese a la victoria ante las cámaras, lo cierto es que la obra sigue –y seguirá– una batalla en tribunales. Hoy, los trabajos en el NAICM continúan porque las cortes nacionales e internacionales son más poderosas que los caprichos del cacique en turno.
Dos. Los superdelegados. En un intento por subordinar a los gobiernos estatales, Morena nombró 32 “gobernadores sombra”. Esta amenaza al federalismo parecía la receta perfecta para diezmar a la competencia y sumar adeptos. No obstante, los gobernadores del PAN y del PRI –algunos más activos que otros–, conformaron un bloque de resistencia que dará la batalla para frenar la sed de control absoluto del nuevo gobierno.
Tres. La Ley Taibo. Tras un ofensivo intento por modificar la ley e ignorar el origen extranjero de Paco Ignacio Taibo II –quien aspira a la titularidad del Fondo de Cultura Económica–, el Senado de mayoría Morena frenó el intento y envió el proyecto a la congeladora. Cierto, el Congreso no se manda solo pero ya vimos que el Legislativo puede, si quiere, servir de contrapeso a los desplantes autoritarios de López Obrador.
Cuatro. La nueva refinería. Amén de ser inviable, insostenible y un derroche de recursos públicos, la refinería de Dos Bocas –y las que se acumulen en el sexenio–, contravienen los compromisos de recorte a las emisiones de Dióxido de Carbono. Durante años, el gobierno de México ha adquirido compromisos y firmado tratados internacionales en la materia. Hoy, la comunidad internacional cuestionará al nuevo gobierno y a su intentona por empujar los combustibles fósiles y no las energías limpias como ocurre en el resto del mundo.
Cinco. El recorte de sueldos. El muy cacareado recorte de sueldos topó con pared. Mientras que algunos servidores públicos se amparan contra la medida, otros hacen notar su valía y negocian pagos “por fuera” para compensar la reducción. Ante las cámaras y micrófonos, el presidente presumirá recortes dramáticos en la nómina del Estado, en los hechos, por vías opacas e ilegales, la sangría de recursos públicos seguirá el cauce que ha tenido durante años.
Seis. Ataques a la prensa crítica. La nueva administración parece convencida de que con recortes a los gastos en comunicación social y con el acoso en redes sociales podrá silenciar espacios críticos. Lo que no ven es que la vía que usan para amedrentar es la misma que los periodistas críticos usarán para exhibir los excesos y raterías de los próximos seis años. Las redes sociales y los nuevos modelos de financiamiento de medios mantendrán a flote a las voces y plumas que el nuevo gobierno intenta callar a billetazos y con amenazas.
Siete. Las consultas a modo. Todo el mundo vio el cochinero en que terminaron las mal llamadas consultas populares del presidente López. Afortunadamente, la sociedad civil organizada utiliza los foros y medios a su alcance para exhibir las falacias metodológicas e inconsistencias graves que ya distinguen estos ejercicios amañados.
Ocho. La falsa austeridad. Cada vez son más las voces de ciudadanos de a pie que denuncian y exhiben los excesos de la nueva élite. No faltan los usuarios de redes que exponen a un servidor público viajando en primera clase o en jets privados, o los que evidencian que sigue el despilfarro de dinero público en las cámaras del Congreso o los gobiernos municipales.
Nueve. El control absoluto de Pemex y CFE. Con la llegada de Octavio Romero y Manuel Barlet a Pemex y CFE, respectivamente, se dijo que venía el rescate de las empresas productivas del Estado. El tiempo demostró que los equipos de ambos se componen por los pillos de siempre y que el supuesto rescate terminará por hundir ambas compañías. No obstante, aunque débiles, los órganos de gobierno interno de Petróleos Mexicanos y Comisión Federal serán un contrapeso que podrán denunciar atropellos e intentarán mantener el rumbo.
Y diez. Los recortes presupuestarios a programas y partidas. Sin duda, suena prometedor que el gobierno ya no desperdiciará dinero en burocracia. Lo que pocos entienden es que no todos los recursos destinados se malgastan en aviadores o actos de corrupción. En realidad, operar el aparato de gobierno es sumamente costoso. Por eso, ante los recortes sin ton ni son, la realidad se encargará de exponer la ignorancia e improvisación de la administración entrante.
En resumen, a nivel estatal o federal, dentro de la administración pública y fuera de ella, en los poderes legislativo y judicial, en México y en el extranjero; entre los ciudadanos y en los mercados, todos, serán factores que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no podrá manipular.
Cierto, Morena ganó con una cantidad de votos inédita, su control en los tres niveles y órdenes de gobierno es incuestionable pero el Estado Mexicano es sólido, es plural y es operante. Por eso, mientras que el nuevo gobierno disfruta de la luna de miel, los anticuerpos sociales desempeñan su labor y frenan la aplanadora que muchos creyeron imparable.