Hace tiempo que la política dejó de ser un espacio serio de debate. Las nuevas tecnologías han cambiado las reglas del juego. Ya no hay espacio para intelectuales, estadistas y grandes pensadores. La esencia de la democracia (la que los griegos nos dejaron como legado), se ha perdido en detrimento de líderes mediáticos que gobiernan a golpe de Tweet. Líderes más pendientes del Trending Topic que de las necesidades reales de sus ciudadanos. Líderes que no dan entrevistas y atacan a los medios contrarios porque solo producen ‘fake news’. Claro que hay excepciones pero, lamentablemente, cada vez cuesta más encontrarlas.

En este escenario de cambio han surgido dos tipos de políticos: los mesiánicos y los porcinos. Ambos tienen bastante en común, incluso hay quienes podrían clasificarse en los dos grupos. En el primero, están aquellos que creen que su destino en esta vida es salvar a la patria, que son los únicos que saben cómo hacerlo y que su mera presencia acabará con todos los problemas del país. Los mesiánicos tienden a ofrecer soluciones sencillas a problemas complejos: “La corrupción se acabó porque nosotros ya estamos aquí”, ¿les suena esta afirmación?, pues detrás de esa afirmación encontrarán a un líder mesiánico.

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Los porcinos son aquellos que disfrutan más del fango. El fango puede ser una crisis económica, migratoria, un ataque terrorista, altos índices de paro… cualquier escenario que les permita avivar el miedo entre la población para sumar más votos. A un líder porcino se le puede reconocer fácilmente porque sus discursos están, normalmente, cargados de un lenguaje beligerante, grandielocuente y de multitud de datos sesgados o directamente falsos. A nivel mundial hay un puerco (entiéndase la metáfora) que destaca por encima del resto: Donald Trump.

El último ejemplo de su perfecta actitud porcina la hemos vivido esta semana con el polémico tweet en el que amenazaba con subir los aranceles si México no contiene la migración. El próximo año, Estados Unidos celebrará elecciones presidenciales y Donald Trump ha empezado, con ese mensaje, su campaña para la reelección. Necesita volver a avivar el miedo al migrante y qué mejor saco de boxeo que México. Lo peor es que todos los datos que ofreció en ese mensaje eran falsos y que además es ilegal subir aranceles mientras el TLCAN siga vigente. Él sostuvo que la amenaza se haría efectiva a partir del próximo 10 de junio y el T-MEC no será votado en el Senado mexicano hasta 7 días después.

Trump ha encontrado en la guerra comercial la mejor herramienta para intimidar a sus rivales. Lo hemos comprobado recientemente con Huawei y parece que el siguiente objetivo es México. No debería extrañarnos que en los próximos meses se intensifique esa guerra dialéctica, que Marcelo Ebrard ya trata de apaciguar con una cumbre bilateral en Washington el próximo miércoles. Trump ha encendido esta semana una pequeña llama, y si las encuestas no son favorables para su reelección, tengan por seguro que crecerá en intensidad y peligrosidad.

Lo preocupante de todo esto es que una guerra comercial México-Estados Unidos podría ser letal para ambos países, aunque quizá un poco más para nuestros intereses si tenemos en cuenta que, actualmente, el 80% de las exportaciones mexicanas van a parar al vecino del norte. Si la guerra se intensifica, México deberá encontrar nuevos aliados y con López Obrador no lo tendrá tan fácil. Su lema en materia de relaciones internacionales es: ‘La mejor política exterior, es la interior’, que es como si un niño dice ‘no juego con mis compañeros porque prefiero jugar con mis amigos imaginarios’. A finales de junio los principales líderes mundiales se reunirán en Japón para la cumbre del G-20 y López Obrador ya ha dicho que no asistirá. Un error que esperemos no le pase factura en el futuro cuando necesite aliados para enfrentar al rey porcino.