Un país cuya prensa vive amenazada no es un país libre. Una sociedad poco o mal informada es una sociedad ciega que vive de espaldas a la realidad que la rodea. Con esto no busco alimentar los egos de la prensa (suficientes flores nos echamos a diario nosotros mismos), sino poner en valor una problemática que amenaza con socavar la integridad de México como país democrático de pleno derecho. Lo cierto es que hoy en día, en este país, matar periodistas (o comunicadores o activistas) se ha convertido en rutina. Ya nada nos escandaliza y, sin presión popular, los ataques a la prensa no cesarán nunca.
Solo esta semana 3 periodistas han sido asesinados, un cuarto fue secuestrado temporalmente por fuerzas policiales y un diario de Chihuahua ha sido atacado con cócteles molotov, provocando que su director ordene dejar de imprimir el diario y dejar de cubrir información policial. Y lo peor de todo es que podemos afirmar, casi con total seguridad, que todos estos crímenes quedarán impunes. Según apunta la organización Artículo 19, de los 1.140 ataques contra la prensa registrados en los últimos ocho años, solo se han obtenido 10 sentencias condenatorias, es decir, el 99,13% de los asesinos han quedado en libertad y sus víctimas sin justicia. Con este dato demoledor solo podemos concluir que matar periodistas en México sale gratis, toda una invitación para que los agresores continúen amedrentando a la prensa.
Que se haya llegado a este punto no es culpa de un gobierno o de otro, sino de todos al mismo tiempo. Las advertencias son claras desde hace tiempo y la única respuesta ha sido implementar un Mecanismo de Protección a Periodistas que se ha demostrado ineficiente y falto de recursos. Actualmente hay 790 personas amparadas por este programa (292 periodistas y 498 defensores de derechos humanos) y según denunció el informe publicado por la oficina de la Alta Comisionada de Naciones Unidas en México: “existe sobrecarga de trabajo y enfrenta un presupuesto reducido. Ese mecanismo es insuficiente para dar respuesta a las solicitudes de incorporación y el problema se agudizará sin adecuada asignación de presupuesto”.
El gobierno de López Obrador, volcado en su plan de ahorro y austeridad, celebró el pasado mes de marzo, en palabras del subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, que iban a conseguir un ahorro del 15% del presupuesto total del Mecanismo de Protección a Periodistas: “reemplazaremos escoltas privados por personal capacitado por la Policía Federal”. Esto nos da una idea de la miopía con la que el actual gobierno observa el problema de los ataques a la prensa: en vez de aumentar el presupuesto, buscan la manera de ahorrarse unos pesitos. La relación de AMLO con la prensa merece también un capítulo aparte.
Nadie duda que su figura ha sido una de las más criticadas por la prensa (con o sin argumentos), y después de casi 12 años en campaña, ya desde el poder, López Obrador parece tener ganas de revancha. Desde su atril, y con una política de total transparencia, el presidente se presenta cada mañana ante la prensa para colocar sus mensajes en la agenda informativa, y de paso, aleccionar a sus críticos. Cartilla moral en mano, el presidente ha atacado en varias ocasiones a ‘la prensa fifí’ o a medios tan destacados como Proceso, porque no le gusta el trato informativo que le dan, que es injusto. En una ocasión incluso llegó a decir: “Creo que ustedes no solo son buenos periodistas, son prudentes, porque aquí les están viendo. Y si ustedes se pasan pues ya saben lo que sucede, ¿no?”. Lo cierto es que el presidente está en todo su derecho de replicar, faltaría más, pero parece olvidar que, mientras reprocha a la prensa, decenas de colegas están siendo asesinados impunemente en todo el país. Y sin libertad para informar (o criticar), la sociedad mexicana jamás será libre.