Imagine usted que está en un barco navegando en alta mar y lo único que escucha es el ruido de las olas golpeando contra la embarcación. La brisa marina acaricia su cara, los rayos del Sol broncean su cuerpo y entra usted en un estado de relajación absoluta, casi nirvánico. Entonces, un grito desesperado rompe el silencio y a 100 metros emerge un barco hinchable sobrecargado de personas. Son migrantes, entre ellos hay niños, mujeres embarazadas, gente joven que nada junto a la embarcación y están perdidos, desorientados, hambrientos, sedientos y desesperados. En ese momento, sinceramente, ¿qué haría usted?
Es probable que haya tardado muy poco tiempo en dar con una respuesta que en Europa está generando auténticos dolores de cabeza. Dejando a un lado (si es posible) nuestra ideología o nuestra opinión sobre política migratoria, no creo que nadie que se pudiera encontrar ante esa situación (tan desgarradoramente humana), se negara a tender una mano a los que se están ahogando frente a sus narices. Si sabes que van a morir y, aún así no los ayudas, eres tan cómplice de su muerte como la pobreza, la violencia y las penurias que les obligan a escapar, o como los muros, la xenofobia y las políticas antiinmigratorias que les impiden ponerse a salvo. En tierra de nadie, ya sea en el mar Mediterráneo o en México, los migrantes malviven o mueren en el intento.
El pasado 30 de junio un barco llamado ‘Open Arms’ se vio en una situación parecida a la descrita previamente. Ese día rescataron a 40 migrantes de un naufragio, al día siguiente a 52 más, pero ningún puerto europeo dio permiso para desembarcar y poner a salvo a sus pasajeros. La embarcación lleva más de 2 semanas frente a las costas italianas y actualmente tiene a 147 migrantes a bordo en unas condiciones deplorables. El debate que este pequeño barco ha generado en Europa no tiene que ver con su carácter humanitario, si no con las consecuencias de su actividad.
Los sectores más conservadores y la emergente ultraderecha europea denuncian que ‘Open Arms’ hace negocio con sus rescates y que, más que una ONG, es un servicio de transporte irregular de migrantes. No importa que desde su fundación y hasta la fecha hayan presentado una declaración anual de todos sus ingresos (el 90% procede de donantes privados y destinan la totalidad a los rescates en mar abierto), para los más críticos vale antes una mentira que reafirme su creencia, que una verdad que desnude la poca humanidad de sus postulados. Encabezando esta legión de políticos que utilizan el miedo y las fake news, como arma para esconder su abierta xenofobia, está el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, que bien puede aparecer en bañador en una fiesta y al día siguiente mover cielo y tierra para impedir que el ‘Open Arms’ desembarque en cualquier puerto de su territorio.
Parece que algunos países de la Unión Europea se han comprometido ya a acoger a parte de los agotados migrantes del ‘Open Arms’, aunque al cierre de edición de esta columna ningún país había ofrecido sus puertos para el atraque definitivo. Parece lógico que la respuesta a un problema que afecta a todo el continente no tenga que salir exclusivamente de los países del sur, aquellos que forman la primera linea que separa el primer y el tercer mundo, sino desde Bruselas, a nivel europeo. La pregunta que deben de hacerse los que pueden decidir estos asuntos es sencilla: ¿hubieran preferido que los voluntarios de ‘Open Arms’ no buscaran día y noche a los migrantes que mueren frente a sus costas?. Mientras dudan y les prohíben trabajar (o hacer el que debería ser su trabajo), las 147 vidas que han rescatado en estas dos semanas en el mar se habrían ahogado en el intento de buscar una vida digna, lejos de la precaria situación que asola a sus países.